Decía adiós a un país que atrapa, que casi engancha desde que pones el primer pié. No lo he conocido como se merece, pues como ya saben tiré muy rápido hacia el norte: Medellín, Cartagena, Taganga, Taganga, Taganga, Rodadero y Cartagena de nuevo. Hoy miré mi pasaporte y me di cuenta que llevo más de un mes aquí, de las cuales dos semanas fueron en Taganga, lugar en el cual nada más llegar dije que saldría al día siguiente.
Playa de Bocagrande
Tras esto, volví a Cartagena. Mi segunda visita a esta ciudad fue algo más completa. Esta vez visité mucho más y me di cuenta de que esta ciudad vale más la pena de lo que pensaba. La ciudad amurallada y el Castillo de San Felipe son lugares fascinantes y de visita obligada. También Bocagrande con sus playas, bares y hoteles merecen un paseo, si bien las playas no son lo que uno espera del Caribe. Por supuesto no pudo faltar repetir playa blanca en Isla Barú y disfrutar de un paraíso que aun siendo bien explotado, conserva el encanto propio de una playa casi virgen. Hay muchas islas alrededor que venden paquetes para pasar el día o estancias en lujosos hoteles. Desgraciadamente no hay otra manera de ir que no sea por agencia y a un precio elevado, lo cual en mi caso supone descarte total. Cuando sea rico. Total, no me queda mucho, jajaja.
Ciudad amurallada
Aquí la comida típica en casi toda Colombia es la bandeja paisa (de Medellín): con frijoles, carne, patacón (plátano verde frito, riquísimo) y arroz. Y la versión de aquí era con pescado, aunque también se ofrecía con carne y/o pollo. Lo llaman comida corriente en muchos casos. El precio en un restaurante de menú típico ronda los 5.000 y 7.000 pesos (unos 2 a 3 euros) e incluye sopa y bebida en algunos casos. La sopa la conocen como sancocho, muy rica también y de beber bien puede ser un jugo de fruta (algo aguado para abaratar) o agua de panela (azúcar de caña).
Playa Blanca - Isla Barú
El transporte en la ciudad es en el coche de San Fernando, un poquito a pié y otro caminando, jajaja. Pero coger un taxi o moto-taxi no es muy caro tampoco. Sobre todo cuando el precio se negocia antes de cogerlo, nunca con taximetro:
Yo: ¿Cuánto hasta el centro?
Taxista: 10 (diez mil, claro)
Yo: No parcero, lo dejamos en 7
Taxista: 8, para el beneficio. Y la propina voluntaria.
Yo: Si hombre, sí, vamos…
Cabe destacar que aquí no hay que parar a los taxis, más bien te paran ellos. Están TODO el día tocando el claxon cada vez que te ven esperando o caminando para ver si precisas de sus servicios. Soy paciente, pero a veces acabo de los nervios: ¡¡Qué no - quiero - un - taxiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!! Ya si lo quiero lo pido, coñ.....
Fortaleza de San Felipe
Y con el precio, igual para todo, siempre se puede negociar: jugos, comidas, ropa, etc. No hay nada que no puedas bajar de precio (menos en comercios serios). No es como en Marruecos donde casi más es una pelea. No nos dejemos engañar. No se trata de explotar a quien vende y vive de eso. Me gusta usar el sentido común y ayudar a quien puedo, pero ellos cuando saben que eres turista siempre suben los precios y eso hay que compensarlo. Todos no son así, por eso hay que ser justos. Menos mal que no soy rubio y blanco leche y que hablo español (con acento raro, pues me ponen más en Argentina o Chile que en España), porque de lo contrario sería más la subida de precios.
Tras mucho pensar, por fin compré mi billete de avión a Panamá. Me planteé opciones como el bus y el barco. El barco-yate es una alternativa muy atractiva que se practica mucho. Tiene un coste desde 300 US$ a 500 US$ y suele durar de 3 a 5 días con todo incluido y parando en pequeñas y paradisíacas islas: buceo, pesca, etc. Ya saben, la dura vida de marinero. ¿Y por qué opté por el avión? Pues tan sencillo como la economía. Ir en avión es más barato y si quiero seguir viajando es mejor controlar y hacer ciertos sacrificios. Ya tendré tiempo para otros caprichos espero.
Desgraciadamente la sorpresa llegó tras ir al aeropuerto, donde me indicaron que sin billete de vuelta o algún documento que demostrara mi salida del país o regreso al mío no me podían autorizar la entrada al avión. Esto fue por parte de la compañía Aires, quien al parecer lo indica en su interminable lista de condiciones antes de comprar el billete. Así pues, me vi en el aeropuerto con un billete que no podía usar a Panamá y un coste de cancelación de 50 US$. Discutir y frustrarme no sirvió de nada, como siempre. Pero sí, me quedé con la diferencia, en un bono por valor de 170 US$ y válido por un año. Cosa que bien sabemos no es un consuelo y en mi caso no tendrá utilidad. Intentaré vendérselo a alguien, ya que el traspaso si lo acepta la compañía. La otra opción es aprovecharlo y volar a Bogotá u otro destino dentro de Colombia, pero cuando te planteas cambiar de país, volver o quedarse suele ser difícil, parece un paso atrás y me cuesta aceptarlo.
Siempre pienso que cuando estas cosas ocurren es porque así debe ser. Esto me ayuda a aceptar mejor los cambios y/o contratiempos y verdaderamente creo en ello. Justo antes de partir pensaba si no debía ofrecerme a algún barco como tripulante, viajar gratis a cambio de mi trabajo para el patrón y clientes. Dicho esto y viendo que estaba de nuevo en Cartagena y sin saber que hacer, decidí acercarme al club náutico y al club de pesca y preguntar. De igual modo, hablé con mi hostal y pienso hacerlo con otro puerto que me quedó y algún hotel de nivel en busca de un yate de nivel, jeje. ¡Qué! El que no llora no mama. De momento no ha habido suerte y aunque soy muy positivo, siento que no la habrá.
Sólo me queda comprar un vuelo de vuelta a Panamá y no usarlo, así por lo menos me dejan entrar y ya luego sigo en bus; o bien ir por vía terrestre y en ese caso pararía por otros bonitos lugares del camino, tanto de Colombia como de Panamá. Desgraciadamente Aires no vuelo a ningún otro destino de Centro América, pero si a Aruba y Maracaibo. ¿Será ese el nuevo destino? Va a ser que no, es temporada alta y los vuelos están por las nubes, jeje (chiste fácil).
Sin ánimo de dar envidia como suele gustarme, esta vez lo haré como un puro sentimiento de expresión de sentimientos. Desde aquí y tal vez desde allí, estos inconvenientes se ven como problemas en el viaje y de hecho así lo es, pues son cambios en los planes. Peroaquí los cambios de planes son nuevas oportunidades. Ya no tengo prisa, ya no persigo dar la vuelta al mundo. Sí quiero, pero el hecho de no conseguirlo no es un fracaso y estoy seguro que todos estarán de acuerdo. Ahora viajo y disfruto, no planeo, me dejo llevar y me gusta hacerlo así.
Cuento esto porque me gusta compartir mi viaje, mi experiencia, pero también porque quiero despertar en muchos lo que en mi se despertó. Sólo se vive una vez y a veces nos olvidamos de eso. Las pegas para no hacerlo son excusas baratas que nos ponemos cada uno (salvo excepciones, lo se).
Dear Colombians: Espero no haberme equivocado en mis explicaciones. Pero, mis queridos amigos colombianos, se que sabrán perdonarme y por supuesto corregirme si lo desean. Así todos sabremos más y mejor sobre su lindo país.